Bajo la trampa de la modernidad se extiende un mundo de fantasía y glamour, donde poder vivir las 24 horas en rosa, sin ‘problemas’ ni dolores de cabeza. El concepto de ‘comunidad gay’ comporta un significado económico de primer orden dentro del mercado. Se puede ganar mucho capital al vender el ideal de un mundo rosa fantástico donde la felicidad se puede comprar, donde todos seamos gays construyendo un gueto ‘dorado’ que se dirige al cliente con la complicidad del “todo queda entre nosotros”.

Una vez creado el nombre y delimitado el territorio, hace falta crear la necesidad y darlo a conocer como la panacea. El crecimiento de locales y tiendas requiere, para su supervivencia económica, un aumento considerable de consumidores. Valga de ejemplo un anuncio publicado en revistas gays comerciales que tiene como lema “Afírmate: consume gay”. La fórmula del beneficio rosa pasa por crear una necesidad de consumo disfrazada del orgullo de ser gay.

Toda la maquinaria mediática se pone en funcionamiento: hace falta ser moderno y tener un bar gay, hace falta crear el modelo único. La construcción de este entramado pasa por ridiculizar, marginalizar y criminalizar el movimiento de liberación. Los homosexuales serán felices sin que nadie cuestione el marco social, ni mucho menos el glamour y el consumo rosa.

El modelo único gay que se quiere diseñar tiene tres puntos básicos: los gays tenemos un nivel adquisitivo más elevado que la media, podemos gastar mucho más en ocio. No se puede ser gay y marginal, o parecerlo. En segundo lugar, el gay es joven o se cuida tanto, que su cuerpo ‘danone’ transmite una imagen juvenil: la ‘peseta rosa’ pone al alcance ropa, cosmética, gimnasios donde poder lograr el modelo estético del gay in. Por último, hace falta consolidar un poder económico que haga respetable el concepto de comunidad gay: la ‘peseta rosa’ necesita transmitir un discurso ‘aideológico’, que se centre en el orgullo de vivir en rosa. Nuestra estrategia ante las políticas del entramado económico y corporativista pasa por desmontar la idea de un único modelo como referente para el colectivo.

Hablar del ‘antigai’ pone las bases para reivindicar y hacer visible otro imaginario para los gays y las lesbianas que no queramos asumir el modelo del ‘gueto dorado’ como el único espacio de relación interpersonal. No estamos en contra del ambiente gay comercial, que tiene un papel obvio consolidado, pero sí de reducir nuestras posibilidades a los dictámenes de unos gerentes que quieren (como en Sitges en 1996) concentrarnos en determinados locales y zonas. Eugeni Rodriguez