viernes, 1 de noviembre de 2013
¿QUE VES CUANDO CIERRAS LOS OJOS? Las niñas raritas en el cine español POR EDUARDO NABAL
¿Qué ves cuando cierras los ojos?
Comunicación de Eduardo Nabal
en las Jornadas de Cultura lésbica
Cáceres, noviembre de 2013
¿QUÉ VÉS CUANDO CIERRAS LOS OJOS?
Las niñas raritas en el cine español
Escribo esto en un momento paradójico para la comunidad (si es que podemos hablar con claridad o veracidad de tal cosa) LGTBQ en el Estado español y en el resto del continente europeo. Los avances conseguidos han ido paralelos a un retroceso material y formal en espacios de visibilidad y en cuestiones personales. La llamada “crisis económica” ha puesto a mucha gente en la calle y yo no soy de los que piensan que la pobreza agudice el ingenio, menos aún en un campo tan complejo y, en ocasiones, tan aparatoso como el de la industria cinematográfica. El cine español atraviesa un momento crítico (y no hace falta hablar de las declaraciones de nuestros gobernantes para saberlo). Poca gente va al cine hoy. Pero el cine sigue existiendo. O como decía Isabel Coixet en un artículo bastante brillante ¿Si está muerta, por qué baila?
He llamado a este ensayo ¿Qué ves cuando cierras los ojos? porque nunca me ha convencido -a veces sin saber por qué- el estereotipo o la categoría de las lesbianas como personajes invisibles en la cultura sino más bien como personajes poco vistos o reconocidos . No es lo mismo invisibles que obviados, invisibilizados que inexistentes. Ni en la literatura tampoco en el cine. Ni siquiera en el cine español a lo largo de su azarosa y represiva historia, marcado por el machismo y la propaganda. Pero al poner las niñas o adolescentes raritas se abre una posibilidad tomada del concepto del camp como relación no unidireccional con la obra de arte o el objeto de disfrute que incluye no solo a un modelo de niña lesbiana o bollera ya desde Celia, Mafalda o Matonkiki, sino a un montón de niña, adolescentes y jóvenes con trayectorias vitales o con experiencias diferentes, si bien en algunos puntos hayan sido drástica o felizmente coincidentes.
Al re visar materiales sobre niños y niñas queer (niñas raritas o sexualmente no heteros) me he encontrado con dos películas: la archiconocida “Pan negro” de Villaronga donde si se articula un discurso más creíble sobre la infancia mariquita, y “Eva” donde aparece esa niña que enlaza con el cyborg, la pecadora de la Biblia, “la Eva futura “de Villiers d´Adams y el desarraigo familiar y cuya lectura como niña o pre-adolescente lesbiana es mucho más compleja. No obstante, el filme de Maillo ofrece, como otras muchas ficciones anteriores (las niñas asociales que protagonizaban las películas de Saura o Erice) la posibilidad de ver un nuevo sujeto, que se
resiste a escapar de una categoría humanista que ha contribuido a afianzar el cine varonil y la crítica masculinista española.
Que no haya muchas mujeres críticas de cine en nuestro país y sean pocas las directoras conocidas fuera del armario no quiere decir que no existan, ni siquiera que sean invisibles, sino que no ha interesado mucho verlas como tales. Hay un montón de tópicos, que cambian con los tiempos, sobre los diferentes modos de opresión o subordinación de las mujeres y las personas de una u otra orientación sexual. El feminismo ha estallado y han surgido los feminismos. Como cuando estalló el cine clásico y surgieron los nuevos cines. Pero volviendo a las niñas bollo o a las adolescentes raritas tenemos modelos muy antiguos en la literatura española del siglo XX como algunos personajes de Gloria Fuertes, la “Julia” de Ana Maria Moix (temerosa de los monstruos que se esconden en el armario”) o incluso personajes que vienen de la literatura anglosajona: la niña de “Frankie y la Boda” de Carson Mc Cullers que se siente a la vez fascinada, relegada y repelida por el hecho del inminente matrimonio de su hermana mayor. O la joven institutriz de “Mary Lavelle” que refleja las peripecias de Edna O’Brien, una autora lesbiana en España aunque su personaje principal aparezca como heterosexual.
¿Por qué hablar, a estas alturas, de rareza? No todas las niñas bolleras o lesbianas han tenido infancias infelices o adolescencias complicadas. Ahí tenemos la naturalidad de la “Tomboy” (que desmonta el discurso de la victimización a favor de la naturalidad) o personajes más difíciles de definir porque, aunque ya desde el psicoanálisis sabemos que los niños y niñas tienen sexualidad, ésta es canalizada a través de la inclusión o la exclusión en modelos patriarcales o heterosexistas que pueden, -depende de dónde y cuándo- haber perdido fuerza, pero que siguen existiendo. La predilección del colectivo LGTB, al menos en épocas de represión, por el cine fantástico o de terror tiene mucho de que ver con la cuestión de la asocialidad o repentina extranjería (alteridad) que un gay o una lesbiana puede sentir en un determinado momento de su vida: ante la insinuación de una persona heterosexual, en el núcleo familiar tradicionalistas, en una película romántica heterosexual o en los vestuarios de un gimnasio.
La niña de “Eva” de Kike Maillo no es una niña monstruosa como las “Criaturas celestiales” de Peter Jackson que viven un amor al margen de la sociedad y cometen el acto simbólico de asesinar a la madre puritana o escapar de la mirada del psiquiatra a favor de un mundo onírico y reservado a ellas dos. Éstas están más cerca de la “Carrie” de Kimberly Pierce (revisitando de un modo personal a Brian de Palma) que a medida que su cuerpo empieza a desarollarse o sexualizarse en el medio social, sufre acoso escolar por parte de sus compañeros pero, sobre todo, de sus compañeras. Hay otras ficciones recientes mucho más prestigiosas y aplaudidas
tanto por la crítica internacional como por el público LGTB: la potente “La vida de Adèle” o la refinada “Ginger y Rosa” (injustamente infravalorada). Esta última ha sido realizada por Sally Potter la directora de Orlando, una escritora que ya habló de infancias raritas y niñas poco convencionales. Es, no obstante discutible, en ambas películas, si uno de los dos personajes es lésbico o tan solo siente una atracción irracional por la personalidad del otro. Fuere como fuere, incluyen amor, caricias y sexo explicito.
La niña de “Eva”, como descubriremos casi al final de la cinta , es un robot, pero su relación con el medio familiar o incluso con el científico-padre sustituto o pareja-rival masculino potencial que hace experimentos con ella es muy extraña, porque los adultos saben y callan que ella no es una niña como las demás. En plan más cómico tenemos algunos cortometrajes de Marta Balletbó Coll como “Intrepidísima” donde una niña (¿tal vez reflejo de la infancia de la propia Marta?) se resiste a ir de compras con su madre a las grandes superficies o a que le vistan de “cursi mamarracho”. Pero identificar a las niñas hiperinteligentes o hipersensitivas como las niñas soñadoras de Erice o la niña solitaria y precoz de “Eva” o incluso las niñas terribles de “Cria cuervos” de Saura (particularmente en el personaje de Ana Torrent que, como el niño de “Pan negro” sabe más de lo que dice y descubre cosas nuevas) o solitarias, inteligentes y soñadoras de “El espíritu de la colmena” de Erice, es una visión incompleta. Excluye muchas otras infancias lesbianas.
Un ejemplo bastante claro lo tenemos en la película “La niña santa” de la directora argentina Lucrecia Martel. Un título irónico porque está hablando de varias niñas nada santas, llenas de malicia -en particular una de ellas - que se saben objeto de deseo de los integrantes de un consejo médico celebrado en el internado religioso y femenino donde viven, pero que también tienen una estrecha relación de amistad con matices de amor, complicidad o sexualidad entre ellas. Normalmente a las lesbianas en el cine, español o no, se les hacía pagar un alto precio por resistir a un orden masculinista o heteronormativo. Eso le ocurre a la niña de “Eva” por estar creada como un ser libre, independiente e incluso con un leve toque antisocial y hasta agresivo cuando se enoja. No es una niña “como Dios manda”. El Frankestein algo “outsider” que se ha encariñado con ella se ve obligado a desactivarla. Pero el público ya ha visto que, si ella no es una niña como las demás, el científico tampoco es un científico al uso como su hermana. Por eso existe un final alternativo, desechado en el montaje final, en el que “Eva” contesta a la pregunta poética y asesina de ¿Qué ves cuando cierras los ojos? con el algo ñoño pero más desafiante solo te veo a ti, humanizando así al robot. Un robot femenino, ma non troppo, que se ha mantenido merced a las instancias que lo crearon: la ciencia, la robótica y la familia con la que vive dentro del armario, y que se asocia a la imagen de niña precoz y algo difícil.
Las directoras de cine no siempre han sido las primeras -ni las últimas- en tratar el tema del lesbianismo por miedo a verse estigmatizadas o encasilladas en un tipo de cine que se consideraba estrecho, a pesar de que su complejidad es la misma que la protagonizada por niños machitos, adolescentes conquistadores, princesas o mujeres heterosexuales. No obstante, tenemos en un cine español más reconocido fuera que dentro el ejemplo de la directora abiertamente lesbiana Marta Balletbó Coll que no solo desdramatiza en sus cortos la infancia de una niña poco dada a los usos femeninos tradicionales, sino que también lleva a cabo las primeras comedias o comedias dramáticas protagonizadas por lesbianas e incluso por ella misma como todos sus filmes. Coll dedica su ¿última? película a Pilar Miró, pionera del cine feminista e incluso lésbico (“El pájaro de la felicidad”) en el panorama español de los ochenta y noventa. En cambio, “Pudor” de los hermanos Ulloa, basada en una novela de Santiago Roncagliolo, muestra una pareja de estudiantes lesbianas marcada por la clandestinidad y la culpa, en la tradición del cine realista depresivo español, si bien las hace visibles, y su relación, marcada por el miedo, puede devenir posible. En “Pudor” el hecho de tener la regla la convierte a los ojos de sus padres en “toda una mujer”. Su hermano mayor pregunta ¿Y que era antes? Pero Natalia sabe por su atracción por la chica de las uñas pintadas que ese proyecto de mujer heterosexual no va con ella pero los hermanos Ulloa en la pero tradición del cine español no saben darle vida y color a su experiencia solo tristeza y crispación, aislamiento y depresión.
El cine latino siempre ha sido más temeroso de la diversidad sexual que el cine francófono: Ozon, Dolan o Akerman han realizado atrevidos trabajos de temática lésbica, en tanto que hubo que esperar mucho a que aparecieran filmes como “El pájaro de la felicidad”, “Pasajes” de Carparsolo, “Intrepidísima”, “Eloise” o “Sevigné” de Coll o incluso la controvertida “Una habitación en Roma” de Medem, odiada por algunas lesbianas pero adorada por otras. Incluso la pareja de lesbianas de “Todo sobre mi madre” parece algo forzada dentro de la diégesis del relato y casi siempre las vemos por separado. He conocido festivales de cine gay lésbico en el que han sido vetadas por algunas feministas películas como “Eloise” por su trágico desenlace y su visión tenebrista del futuro de dos chicas enamoradas. Pero entonces ¿por qué no vetar Brokeback mountain” o”La mala educación? ¿Es un público más exigente que otro? Está claro que hay lesbianas que adoran “Eloise” y otras que lo detestan, pero el filme supone un paso adelante del cine catalán lésbico que ha sido bastante prolijo con películas como “Costa Brava”, “En la ciudad”, “Electroshock” o la misma “Eva”. Lógicamente muchas lesbianas jóvenes han preferido, al menos hasta hace poco buscarse en modelos extranjeros (casi siempre anglosajones) desde “Desert Hearts” a “Go Fish” pasando por “Fucking Amal” porque las historias eran variadas, llenas de erótismo o estética lésbica (si es que podemos hablar-y lo dudo mucho- de tal cosa como algo unitario) y finales felices. Películas como la catalana “Sevigné” o la desconcertante “Una habitación en Roma” han abierto una puerta a nuevas representaciones
algo distintas a las emprendidas, tal vez con mayor densidad y riesgo narrativo pero también con mayor pesimismo, por Lucía Puenzo o Lucrecia Martel en Argentina. Películas como “Tan de repente” de Diego Lerman representan a jóvenes lesbianas antisociales pero sobre todo herederas del modelo butch anglosajón y dispuestas a desafiar no solo al machismo de su país sino también a la noción del desarraigo o la bondad femenina. Como de otra manera las “Criaturas celestiales” de Jackson o las protagonistas de “El niño pez” son bolleras sin suerte, en este caso, perdidas por la Argentina urbana y rural en busca de un lugar y al mismo tiempo habitando un no lugar con una mezcla de crispación, arrogancia, violencia y ternura. Aquí tenemos a la joven realizadora Quiela Nuc con su cortometraje “Planeta tierra” recién estrenado. La idea revitalizada de lo lésbico como una deconstrucción del amor tradicional y como una reinvención o revisitación del universo. Algo que entronca con la famosa frase de Nicole Brossard “Una lesbiana que no reinventa el mundo es una lesbiana en proceso de desaparición”.
La autobiografía de la niña lesbiana coincide con la del niño mariquita en temas como el exilio como vemos en las adolescentes enamoradas en el entorno escolar de “Fucking Amal” o incluso en las dos jóvenes criminales de “El niño pez” de Lucía Puenzo (sobre su propia novela) protagonizada por Inés Efrón, también protagonista de “XXY” sobre una adolescente intersexual. La conclusión es, pues, que la división homo/hetero como mujer/hombre colapsa o ha colapsado no solo la creación de ficciones sobre adolescentes o niñas proto-lesbianas sino que también ha invisibilizado a las que existen y exitían. Hoy en día las adolescentes lesbianas pueden tener el mismo comportamiento -en el plano de la promiscuidad o la falta de complejos a la hora de mantener relaciones puramente sexuales- que el adolescente de “En malas compañías” de Antonio Hens, pero hay poca gente dispuesta a filmarlas porque existe toda una generación de realizadores varones críticos y de mujeres que empezaban a hacer cine y se resistían a representar su existencia. Con una visión “no minorizadora”, mucha gente ha visto a “Thelma y Louise” como una pareja de lesbianas entre las que hay amor pero no sexo. En “Eloise” del mítico maldito catalán Jesús Garay encontramos dos adolescentes en un conservador entorno escolar y grupal que se desean más de lo que se quieren y donde una es claramente lesbiana y la otra tiene dudas. Algo que no sorprende en el cine gay masculino. Lo mismo ocurre con “Una habitación en Roma” que podría verse como porno masculino tradicional si no fuera por la presencia de la actriz lesbiana Elena Anaya que da otra dimensión a un filme menos conseguido formalmente que “Eloise” pero dotado de un desarrollo más o menos ameno y, sobre todo, de un final feliz. Una separación no dolorosa. Un filme discutible pero próximo a la piel de sus protagonistas. Por otro lado, el cine vasco había rodado una historia de amor entre dos mujeres de edad avanzada (“80 eugunean”) antes que entre dos mujeres de edad precoz. Pero incluso el, en ocasiones, machista Bajo Ulloa no puede impedir
que muchos viéramos en la infancia desorientada de la protagonista de su única buena película “Alas de mariposa” a una niña diferente y no sólo por sus fantasías o el mundo onírico en el que parece enclaustrada.
Marta Balletbó Coll, que acaba de dejar el cine y la literatura a favor de las clases de química al ver el panorama de recortes y las dificultades para financiar sus relatos, concluye su famosa “Sevigné” con la frase “si a determinada edad una relación no es abierta es que no se ha aprendido nada de la vida”, para referirse a su relación con Julia (Anna Azcona). Lo mismo puede decirse del cine: si no somos capaces de ver niñas lesbianas o adolescentes bolleras, no es porque no existan sino porque las categorías establecidas las sitúan siempre en condiciones de exterioridad capaces incluso de hacer ver películas como “Ocho mujeres” de Ozon, llena de lesbianismo en todas las edades como un musical kitchs e intracescente o convertir a la adolescente de “Eva” en un error informático o a las niñas unidas y sexualizadas de “La niña santa” como simples figuras de drama social o metáfora política . El tópico o el patrón heredado de la sexualidad femenina como más romántica ha llevado, incluso, a que muchas lesbianas se sintieran más cerca del personaje transgénero Hillary Swank en “Boys dont cry” (fijándose en la fantasía la fantasía de la que Clöe Sevigny entra y sale) o incluso de las protagonistas de “Inocencia interrumpida” (particularmente el personaje antisocial de Angelina Jolie) que en todas aquellas niñas poco corrientes pero poco o nada sexuales que han poblado el cine español. El camp como apropiación del objeto artístico por parte del espectador gay se redobla en el caso de la espectadora lesbiana considerada aún por algunos como ausente. La autoinhibición así como los esquemas culturales masculinistas han invisibilizado a las niñas bollo. Así podemos conectar a la pequeña de “Eva” de Kike Maillo y Sergi Belbel (guionista habitual de algunos filmes de Ventura Pons) como más cercana a las cyborgs precoces de la narrativa de Winterson, siempre llena de matices autobiográficos que a niñas como la Jo de Louise Alcott que Isabel Franc convirtió a partir de lo que ya era: una niña masculina o poco dócil, en una niña proto-lesbiana. Las mujercitas tienen deseos y hasta lésbicos. Si, pero ¿qué directora filmaría aquí y ahora, sin medios y sin un público preparado, una adaptación de “Julia” de Moix o de “Las razones de Jo” con toda su carga lésbica? Hoy sabemos que la primera versión de “Mujercitas” llamada “Las cuatro hermanitas” estaba realizada por George Cukor y que Katherine Hepburn siempre intentaba darle un toque feminista al personaje que se prolonga de forma mucho más marcada en el que encarna en “Sylvia Scarlett” vestida de muchacho y ganándose los favores de Cary Grant. “Eva” puede ser una película sobre una infancia distinta o rebelde, sobre una niña rarita pero es una película con un protagonista masculino central que intenta domar a la criatura que han creado. Por eso muchas lesbianas no se han identificado con el discurso de alteridad ciencia/biología, femenino/insubordinado que propone. Tampoco todas las lesbianas adoran a la Teniente Ripley de Alien ni ven en la ciencia y la tecnología un futuro
esperanzador como Haraway1 al igual que muchos gays detestan el tipo de masculinidad que proponen algunos personajes gays del cine de masas como los vampiros de Anne Rice o los jóvenes bisexuales de “Castillos de cartón” que ha quedado como un filme español digno en un terreno tan espinoso como la ciencia ficción, pero que la cultura lesbiana más tradicional nunca lo tomaría como el ejemplo de nada.
El terreno del cortometraje ha dado algunos ejemplos pioneros con trabajos de Belén Macías, pero en general las niñas raritas han sido definidas como niñas terribles o monstruosas en el cine español (de Ibáñez Serrador con “La residencia” a “La huérfana” o la muñeca mecánica de “Frágiles”) antes que como niñas proto-lesbianas. El miedo a sexualizarlas no es más que un reflejo de lo que ocurre en la sociedad y en las aulas aquí y ahora: la retirada de modelos variados con los que identificarse. De esa Alemania de la que viene el expolio – todo en continua paradoja- también nos ha llegado “Romeos” con un extraño colegio adonde vuelve una niña trans sin operar que ha mantenido una relación anterior con una adolescente lesbiana. Para algunos la infancia lesbiana existe desde las “Muchachas de uniforme” o la niña terrible de “La calumnia”, pero su reflejo en el cine español ha sido, por lo general, tardío y obtuso como ocurre en algunos trabajos de Chus Gutiérrez (“El calentito” con el grupo las Sioux), Belén Macías o, incluso, Josefina Molina. El cine en momentos de crisis o de restructuraciones poco cabales, como el tema de las lesbianas en el cine, siempre se ha movido más en el terreno de la paradoja que en el de la metáfora. La habilidad de la Alicia de Carroll -o incluso la cursi jovencita inventada por Tim Burton o la factoría Disney - para responder a los chicos, cambiar de tamaño o matar a la reina de corazones no son solo las fantasías de un clérigo pedófilo victoriano sino también la imagen de una niña que, sin renunciar a una apariencia femenina al uso, ha descubierto que la sexualidad, el amor, el odio y los sueños, incluso lo que vemos reflejado en un espejo, siempre pueden tener más de una interpretación.
Comunicación de Eduardo Nabal
en las Jornadas de Cultura lésbica
Cáceres, noviembre de 2013
¿QUÉ VÉS CUANDO CIERRAS LOS OJOS?
Las niñas raritas en el cine español
Escribo esto en un momento paradójico para la comunidad (si es que podemos hablar con claridad o veracidad de tal cosa) LGTBQ en el Estado español y en el resto del continente europeo. Los avances conseguidos han ido paralelos a un retroceso material y formal en espacios de visibilidad y en cuestiones personales. La llamada “crisis económica” ha puesto a mucha gente en la calle y yo no soy de los que piensan que la pobreza agudice el ingenio, menos aún en un campo tan complejo y, en ocasiones, tan aparatoso como el de la industria cinematográfica. El cine español atraviesa un momento crítico (y no hace falta hablar de las declaraciones de nuestros gobernantes para saberlo). Poca gente va al cine hoy. Pero el cine sigue existiendo. O como decía Isabel Coixet en un artículo bastante brillante ¿Si está muerta, por qué baila?
He llamado a este ensayo ¿Qué ves cuando cierras los ojos? porque nunca me ha convencido -a veces sin saber por qué- el estereotipo o la categoría de las lesbianas como personajes invisibles en la cultura sino más bien como personajes poco vistos o reconocidos . No es lo mismo invisibles que obviados, invisibilizados que inexistentes. Ni en la literatura tampoco en el cine. Ni siquiera en el cine español a lo largo de su azarosa y represiva historia, marcado por el machismo y la propaganda. Pero al poner las niñas o adolescentes raritas se abre una posibilidad tomada del concepto del camp como relación no unidireccional con la obra de arte o el objeto de disfrute que incluye no solo a un modelo de niña lesbiana o bollera ya desde Celia, Mafalda o Matonkiki, sino a un montón de niña, adolescentes y jóvenes con trayectorias vitales o con experiencias diferentes, si bien en algunos puntos hayan sido drástica o felizmente coincidentes.
Al re visar materiales sobre niños y niñas queer (niñas raritas o sexualmente no heteros) me he encontrado con dos películas: la archiconocida “Pan negro” de Villaronga donde si se articula un discurso más creíble sobre la infancia mariquita, y “Eva” donde aparece esa niña que enlaza con el cyborg, la pecadora de la Biblia, “la Eva futura “de Villiers d´Adams y el desarraigo familiar y cuya lectura como niña o pre-adolescente lesbiana es mucho más compleja. No obstante, el filme de Maillo ofrece, como otras muchas ficciones anteriores (las niñas asociales que protagonizaban las películas de Saura o Erice) la posibilidad de ver un nuevo sujeto, que se
resiste a escapar de una categoría humanista que ha contribuido a afianzar el cine varonil y la crítica masculinista española.
Que no haya muchas mujeres críticas de cine en nuestro país y sean pocas las directoras conocidas fuera del armario no quiere decir que no existan, ni siquiera que sean invisibles, sino que no ha interesado mucho verlas como tales. Hay un montón de tópicos, que cambian con los tiempos, sobre los diferentes modos de opresión o subordinación de las mujeres y las personas de una u otra orientación sexual. El feminismo ha estallado y han surgido los feminismos. Como cuando estalló el cine clásico y surgieron los nuevos cines. Pero volviendo a las niñas bollo o a las adolescentes raritas tenemos modelos muy antiguos en la literatura española del siglo XX como algunos personajes de Gloria Fuertes, la “Julia” de Ana Maria Moix (temerosa de los monstruos que se esconden en el armario”) o incluso personajes que vienen de la literatura anglosajona: la niña de “Frankie y la Boda” de Carson Mc Cullers que se siente a la vez fascinada, relegada y repelida por el hecho del inminente matrimonio de su hermana mayor. O la joven institutriz de “Mary Lavelle” que refleja las peripecias de Edna O’Brien, una autora lesbiana en España aunque su personaje principal aparezca como heterosexual.
¿Por qué hablar, a estas alturas, de rareza? No todas las niñas bolleras o lesbianas han tenido infancias infelices o adolescencias complicadas. Ahí tenemos la naturalidad de la “Tomboy” (que desmonta el discurso de la victimización a favor de la naturalidad) o personajes más difíciles de definir porque, aunque ya desde el psicoanálisis sabemos que los niños y niñas tienen sexualidad, ésta es canalizada a través de la inclusión o la exclusión en modelos patriarcales o heterosexistas que pueden, -depende de dónde y cuándo- haber perdido fuerza, pero que siguen existiendo. La predilección del colectivo LGTB, al menos en épocas de represión, por el cine fantástico o de terror tiene mucho de que ver con la cuestión de la asocialidad o repentina extranjería (alteridad) que un gay o una lesbiana puede sentir en un determinado momento de su vida: ante la insinuación de una persona heterosexual, en el núcleo familiar tradicionalistas, en una película romántica heterosexual o en los vestuarios de un gimnasio.
La niña de “Eva” de Kike Maillo no es una niña monstruosa como las “Criaturas celestiales” de Peter Jackson que viven un amor al margen de la sociedad y cometen el acto simbólico de asesinar a la madre puritana o escapar de la mirada del psiquiatra a favor de un mundo onírico y reservado a ellas dos. Éstas están más cerca de la “Carrie” de Kimberly Pierce (revisitando de un modo personal a Brian de Palma) que a medida que su cuerpo empieza a desarollarse o sexualizarse en el medio social, sufre acoso escolar por parte de sus compañeros pero, sobre todo, de sus compañeras. Hay otras ficciones recientes mucho más prestigiosas y aplaudidas
tanto por la crítica internacional como por el público LGTB: la potente “La vida de Adèle” o la refinada “Ginger y Rosa” (injustamente infravalorada). Esta última ha sido realizada por Sally Potter la directora de Orlando, una escritora que ya habló de infancias raritas y niñas poco convencionales. Es, no obstante discutible, en ambas películas, si uno de los dos personajes es lésbico o tan solo siente una atracción irracional por la personalidad del otro. Fuere como fuere, incluyen amor, caricias y sexo explicito.
La niña de “Eva”, como descubriremos casi al final de la cinta , es un robot, pero su relación con el medio familiar o incluso con el científico-padre sustituto o pareja-rival masculino potencial que hace experimentos con ella es muy extraña, porque los adultos saben y callan que ella no es una niña como las demás. En plan más cómico tenemos algunos cortometrajes de Marta Balletbó Coll como “Intrepidísima” donde una niña (¿tal vez reflejo de la infancia de la propia Marta?) se resiste a ir de compras con su madre a las grandes superficies o a que le vistan de “cursi mamarracho”. Pero identificar a las niñas hiperinteligentes o hipersensitivas como las niñas soñadoras de Erice o la niña solitaria y precoz de “Eva” o incluso las niñas terribles de “Cria cuervos” de Saura (particularmente en el personaje de Ana Torrent que, como el niño de “Pan negro” sabe más de lo que dice y descubre cosas nuevas) o solitarias, inteligentes y soñadoras de “El espíritu de la colmena” de Erice, es una visión incompleta. Excluye muchas otras infancias lesbianas.
Un ejemplo bastante claro lo tenemos en la película “La niña santa” de la directora argentina Lucrecia Martel. Un título irónico porque está hablando de varias niñas nada santas, llenas de malicia -en particular una de ellas - que se saben objeto de deseo de los integrantes de un consejo médico celebrado en el internado religioso y femenino donde viven, pero que también tienen una estrecha relación de amistad con matices de amor, complicidad o sexualidad entre ellas. Normalmente a las lesbianas en el cine, español o no, se les hacía pagar un alto precio por resistir a un orden masculinista o heteronormativo. Eso le ocurre a la niña de “Eva” por estar creada como un ser libre, independiente e incluso con un leve toque antisocial y hasta agresivo cuando se enoja. No es una niña “como Dios manda”. El Frankestein algo “outsider” que se ha encariñado con ella se ve obligado a desactivarla. Pero el público ya ha visto que, si ella no es una niña como las demás, el científico tampoco es un científico al uso como su hermana. Por eso existe un final alternativo, desechado en el montaje final, en el que “Eva” contesta a la pregunta poética y asesina de ¿Qué ves cuando cierras los ojos? con el algo ñoño pero más desafiante solo te veo a ti, humanizando así al robot. Un robot femenino, ma non troppo, que se ha mantenido merced a las instancias que lo crearon: la ciencia, la robótica y la familia con la que vive dentro del armario, y que se asocia a la imagen de niña precoz y algo difícil.
Las directoras de cine no siempre han sido las primeras -ni las últimas- en tratar el tema del lesbianismo por miedo a verse estigmatizadas o encasilladas en un tipo de cine que se consideraba estrecho, a pesar de que su complejidad es la misma que la protagonizada por niños machitos, adolescentes conquistadores, princesas o mujeres heterosexuales. No obstante, tenemos en un cine español más reconocido fuera que dentro el ejemplo de la directora abiertamente lesbiana Marta Balletbó Coll que no solo desdramatiza en sus cortos la infancia de una niña poco dada a los usos femeninos tradicionales, sino que también lleva a cabo las primeras comedias o comedias dramáticas protagonizadas por lesbianas e incluso por ella misma como todos sus filmes. Coll dedica su ¿última? película a Pilar Miró, pionera del cine feminista e incluso lésbico (“El pájaro de la felicidad”) en el panorama español de los ochenta y noventa. En cambio, “Pudor” de los hermanos Ulloa, basada en una novela de Santiago Roncagliolo, muestra una pareja de estudiantes lesbianas marcada por la clandestinidad y la culpa, en la tradición del cine realista depresivo español, si bien las hace visibles, y su relación, marcada por el miedo, puede devenir posible. En “Pudor” el hecho de tener la regla la convierte a los ojos de sus padres en “toda una mujer”. Su hermano mayor pregunta ¿Y que era antes? Pero Natalia sabe por su atracción por la chica de las uñas pintadas que ese proyecto de mujer heterosexual no va con ella pero los hermanos Ulloa en la pero tradición del cine español no saben darle vida y color a su experiencia solo tristeza y crispación, aislamiento y depresión.
El cine latino siempre ha sido más temeroso de la diversidad sexual que el cine francófono: Ozon, Dolan o Akerman han realizado atrevidos trabajos de temática lésbica, en tanto que hubo que esperar mucho a que aparecieran filmes como “El pájaro de la felicidad”, “Pasajes” de Carparsolo, “Intrepidísima”, “Eloise” o “Sevigné” de Coll o incluso la controvertida “Una habitación en Roma” de Medem, odiada por algunas lesbianas pero adorada por otras. Incluso la pareja de lesbianas de “Todo sobre mi madre” parece algo forzada dentro de la diégesis del relato y casi siempre las vemos por separado. He conocido festivales de cine gay lésbico en el que han sido vetadas por algunas feministas películas como “Eloise” por su trágico desenlace y su visión tenebrista del futuro de dos chicas enamoradas. Pero entonces ¿por qué no vetar Brokeback mountain” o”La mala educación? ¿Es un público más exigente que otro? Está claro que hay lesbianas que adoran “Eloise” y otras que lo detestan, pero el filme supone un paso adelante del cine catalán lésbico que ha sido bastante prolijo con películas como “Costa Brava”, “En la ciudad”, “Electroshock” o la misma “Eva”. Lógicamente muchas lesbianas jóvenes han preferido, al menos hasta hace poco buscarse en modelos extranjeros (casi siempre anglosajones) desde “Desert Hearts” a “Go Fish” pasando por “Fucking Amal” porque las historias eran variadas, llenas de erótismo o estética lésbica (si es que podemos hablar-y lo dudo mucho- de tal cosa como algo unitario) y finales felices. Películas como la catalana “Sevigné” o la desconcertante “Una habitación en Roma” han abierto una puerta a nuevas representaciones
algo distintas a las emprendidas, tal vez con mayor densidad y riesgo narrativo pero también con mayor pesimismo, por Lucía Puenzo o Lucrecia Martel en Argentina. Películas como “Tan de repente” de Diego Lerman representan a jóvenes lesbianas antisociales pero sobre todo herederas del modelo butch anglosajón y dispuestas a desafiar no solo al machismo de su país sino también a la noción del desarraigo o la bondad femenina. Como de otra manera las “Criaturas celestiales” de Jackson o las protagonistas de “El niño pez” son bolleras sin suerte, en este caso, perdidas por la Argentina urbana y rural en busca de un lugar y al mismo tiempo habitando un no lugar con una mezcla de crispación, arrogancia, violencia y ternura. Aquí tenemos a la joven realizadora Quiela Nuc con su cortometraje “Planeta tierra” recién estrenado. La idea revitalizada de lo lésbico como una deconstrucción del amor tradicional y como una reinvención o revisitación del universo. Algo que entronca con la famosa frase de Nicole Brossard “Una lesbiana que no reinventa el mundo es una lesbiana en proceso de desaparición”.
La autobiografía de la niña lesbiana coincide con la del niño mariquita en temas como el exilio como vemos en las adolescentes enamoradas en el entorno escolar de “Fucking Amal” o incluso en las dos jóvenes criminales de “El niño pez” de Lucía Puenzo (sobre su propia novela) protagonizada por Inés Efrón, también protagonista de “XXY” sobre una adolescente intersexual. La conclusión es, pues, que la división homo/hetero como mujer/hombre colapsa o ha colapsado no solo la creación de ficciones sobre adolescentes o niñas proto-lesbianas sino que también ha invisibilizado a las que existen y exitían. Hoy en día las adolescentes lesbianas pueden tener el mismo comportamiento -en el plano de la promiscuidad o la falta de complejos a la hora de mantener relaciones puramente sexuales- que el adolescente de “En malas compañías” de Antonio Hens, pero hay poca gente dispuesta a filmarlas porque existe toda una generación de realizadores varones críticos y de mujeres que empezaban a hacer cine y se resistían a representar su existencia. Con una visión “no minorizadora”, mucha gente ha visto a “Thelma y Louise” como una pareja de lesbianas entre las que hay amor pero no sexo. En “Eloise” del mítico maldito catalán Jesús Garay encontramos dos adolescentes en un conservador entorno escolar y grupal que se desean más de lo que se quieren y donde una es claramente lesbiana y la otra tiene dudas. Algo que no sorprende en el cine gay masculino. Lo mismo ocurre con “Una habitación en Roma” que podría verse como porno masculino tradicional si no fuera por la presencia de la actriz lesbiana Elena Anaya que da otra dimensión a un filme menos conseguido formalmente que “Eloise” pero dotado de un desarrollo más o menos ameno y, sobre todo, de un final feliz. Una separación no dolorosa. Un filme discutible pero próximo a la piel de sus protagonistas. Por otro lado, el cine vasco había rodado una historia de amor entre dos mujeres de edad avanzada (“80 eugunean”) antes que entre dos mujeres de edad precoz. Pero incluso el, en ocasiones, machista Bajo Ulloa no puede impedir
que muchos viéramos en la infancia desorientada de la protagonista de su única buena película “Alas de mariposa” a una niña diferente y no sólo por sus fantasías o el mundo onírico en el que parece enclaustrada.
Marta Balletbó Coll, que acaba de dejar el cine y la literatura a favor de las clases de química al ver el panorama de recortes y las dificultades para financiar sus relatos, concluye su famosa “Sevigné” con la frase “si a determinada edad una relación no es abierta es que no se ha aprendido nada de la vida”, para referirse a su relación con Julia (Anna Azcona). Lo mismo puede decirse del cine: si no somos capaces de ver niñas lesbianas o adolescentes bolleras, no es porque no existan sino porque las categorías establecidas las sitúan siempre en condiciones de exterioridad capaces incluso de hacer ver películas como “Ocho mujeres” de Ozon, llena de lesbianismo en todas las edades como un musical kitchs e intracescente o convertir a la adolescente de “Eva” en un error informático o a las niñas unidas y sexualizadas de “La niña santa” como simples figuras de drama social o metáfora política . El tópico o el patrón heredado de la sexualidad femenina como más romántica ha llevado, incluso, a que muchas lesbianas se sintieran más cerca del personaje transgénero Hillary Swank en “Boys dont cry” (fijándose en la fantasía la fantasía de la que Clöe Sevigny entra y sale) o incluso de las protagonistas de “Inocencia interrumpida” (particularmente el personaje antisocial de Angelina Jolie) que en todas aquellas niñas poco corrientes pero poco o nada sexuales que han poblado el cine español. El camp como apropiación del objeto artístico por parte del espectador gay se redobla en el caso de la espectadora lesbiana considerada aún por algunos como ausente. La autoinhibición así como los esquemas culturales masculinistas han invisibilizado a las niñas bollo. Así podemos conectar a la pequeña de “Eva” de Kike Maillo y Sergi Belbel (guionista habitual de algunos filmes de Ventura Pons) como más cercana a las cyborgs precoces de la narrativa de Winterson, siempre llena de matices autobiográficos que a niñas como la Jo de Louise Alcott que Isabel Franc convirtió a partir de lo que ya era: una niña masculina o poco dócil, en una niña proto-lesbiana. Las mujercitas tienen deseos y hasta lésbicos. Si, pero ¿qué directora filmaría aquí y ahora, sin medios y sin un público preparado, una adaptación de “Julia” de Moix o de “Las razones de Jo” con toda su carga lésbica? Hoy sabemos que la primera versión de “Mujercitas” llamada “Las cuatro hermanitas” estaba realizada por George Cukor y que Katherine Hepburn siempre intentaba darle un toque feminista al personaje que se prolonga de forma mucho más marcada en el que encarna en “Sylvia Scarlett” vestida de muchacho y ganándose los favores de Cary Grant. “Eva” puede ser una película sobre una infancia distinta o rebelde, sobre una niña rarita pero es una película con un protagonista masculino central que intenta domar a la criatura que han creado. Por eso muchas lesbianas no se han identificado con el discurso de alteridad ciencia/biología, femenino/insubordinado que propone. Tampoco todas las lesbianas adoran a la Teniente Ripley de Alien ni ven en la ciencia y la tecnología un futuro
esperanzador como Haraway1 al igual que muchos gays detestan el tipo de masculinidad que proponen algunos personajes gays del cine de masas como los vampiros de Anne Rice o los jóvenes bisexuales de “Castillos de cartón” que ha quedado como un filme español digno en un terreno tan espinoso como la ciencia ficción, pero que la cultura lesbiana más tradicional nunca lo tomaría como el ejemplo de nada.
El terreno del cortometraje ha dado algunos ejemplos pioneros con trabajos de Belén Macías, pero en general las niñas raritas han sido definidas como niñas terribles o monstruosas en el cine español (de Ibáñez Serrador con “La residencia” a “La huérfana” o la muñeca mecánica de “Frágiles”) antes que como niñas proto-lesbianas. El miedo a sexualizarlas no es más que un reflejo de lo que ocurre en la sociedad y en las aulas aquí y ahora: la retirada de modelos variados con los que identificarse. De esa Alemania de la que viene el expolio – todo en continua paradoja- también nos ha llegado “Romeos” con un extraño colegio adonde vuelve una niña trans sin operar que ha mantenido una relación anterior con una adolescente lesbiana. Para algunos la infancia lesbiana existe desde las “Muchachas de uniforme” o la niña terrible de “La calumnia”, pero su reflejo en el cine español ha sido, por lo general, tardío y obtuso como ocurre en algunos trabajos de Chus Gutiérrez (“El calentito” con el grupo las Sioux), Belén Macías o, incluso, Josefina Molina. El cine en momentos de crisis o de restructuraciones poco cabales, como el tema de las lesbianas en el cine, siempre se ha movido más en el terreno de la paradoja que en el de la metáfora. La habilidad de la Alicia de Carroll -o incluso la cursi jovencita inventada por Tim Burton o la factoría Disney - para responder a los chicos, cambiar de tamaño o matar a la reina de corazones no son solo las fantasías de un clérigo pedófilo victoriano sino también la imagen de una niña que, sin renunciar a una apariencia femenina al uso, ha descubierto que la sexualidad, el amor, el odio y los sueños, incluso lo que vemos reflejado en un espejo, siempre pueden tener más de una interpretación.
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